Situado sobre el comienzo de la Sierra Norte sevillana, en la ribera meridional del Hueznar, se encuentra el conocido popularmente, aunque erróneamente, como el Castillo de Mulva.

Hoy se encuentra dentro del municipio de Villanueva del Río y Minas, rodeado de bosques de encinas y dehesas dedicadas a la explotación ganadera. Es una maravilla ver como los constructores romanos, sin descuidar la eficacia, supieron integrar sus edificios y santuarios tan bellamente con el paisaje. Munigua, desde sus orígenes, destacó por su intensa actividad minera, debido a ello se encuentra tan alejada del río. Sólo cuenta con dos períodos de ocupación, uno prerromano y otro romano. Es en el siglo I d.C. cuando conoce su mayor esplendor, construyéndose entonces el santuario situado en la parte más elevada, de inspiración helenística y de un sorprendente tamaño, casi más grande que el poblado minero. El emperador Vespasiano les concede el derecho latino y la condición de municipalidad. La ciudad pasó a llamarse Municipio Flavium Muniguense, que por contracción conocemos como Mulva. Debido al agotamiento de las minas de hierro y también a la decadencia del Imperio, comienza un período de descomposición que termina en la desaparición de la ciudad en los s. V y VI de nuestra era.

En 1756, dos miembros de la recién fundada Academia de Buenas Letras de Sevilla, Sebastián Antonio de Cortés y José de Cuentos Zayas, tienen noticias de la existencia de unas ruinas que la población local toma por un castillo, de ahí la confusión reinante todavía hoy sobre su nombre. Estos eruditos la identifican correctamente como un santuario. Desgraciadamente tenemos que esperar hasta el año de 1956 para que comiencen los trabajos arqueológicos, auspiciados por el Instituto Alemán de Arqueología.

Ya en el conjunto arqueológico propiamente dicho, lo más destacable es el santuario de terrazas, de inspiración helenística y probablemente dedicado al Dios Mercurio de los romanos. Conforme caminamos aparece a nuestra derecha dominando totalmente el paisaje. Curiosamente también hallamos una muralla que no circunda la ciudad, con lo cual su papel defensivo deja mucho que desear. En el Foro y la Basílica, situados al pie de las ruinas, se encuentra un monumento al Dis Pater el dios de los muertos entre los romanos. En los baños todavía se pueden distinguir pinturas con motivos geométricos.

Algunos de los hallazgos se encuentran en el Museo Arqueológico provincial de Sevilla; así conocemos el nombre del municipio, que se halla grabado en una tabla de bronce donde se grabó una carta del emperador romano Tito y que actualmente se encuentra expuesta en dicho museo, la estatua de una ninfa y una maqueta con una reconstrucción de cómo pudo haber sido el poblado en su época de mayor apogeo.

Lo más hermoso que nos puede enseñar Munigua quizás no esté en sus ruinas, sino en la especial mentalidad de un pueblo que supo conjugar riqueza con religiosidad, que dedicó un santuario a sus dioses en la parte más elevada del municipio, que construyó una ciudad tan bellamente integrada en el entorno natural y que su industria no era contaminante, ya que las escorias que generaba la minería eran rápidamente integradas en el entorno. Nuestra cultura tiene una gran superioridad tecnológica, pero no hemos sido capaces de alcanzar un equilibrio ecológico tan eficazmente logrado por los romanos, y no estamos tan unidos con la Naturaleza como lo estaban ellos. Seamos humildes, rescatemos nuestro pasado y aprendamos de nuestros ancestros.

Alicia Rodríguez/Javier Ruiz

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