Aquel que conquistaba ciudades y les cantaba como si fuesen hermosas mujeres, el que amó como ninguno; el generoso y lúdico Al-Mutamid, leyenda del mundo árabe que fue en España tolerante y culto

y que nos dejó la hermosa herencia que forma parte de la idiosincrasia de un pueblo abierto, hospitalario y culto.

Agonizaba el califato de Córdoba cuando tres ilustres y ricos sevillanos se hicieron con el poder en la ciudad de Sevilla. Abul-Qasim Muhammad Ibn´Abbad , en el año 1023, se proclamaría emir de Sevilla tras romper definitivamente los lazos con los últimos califas de Córdoba y deshacerse de sus compañeros de triunvirato.

Así, el abuelo de Al-Mutamid iniciaba la dinastía de los Abbadíes, que convirtió el pequeño reino de Sevilla, con un territorio que no alcanzaba la actual provincia, en un gran estado formado por El Algarve, Huelva, Algeciras, Ronda, Sevilla, Córdoba y parte de Jaén y Murcia.

Fueron reyes ambiciosos cuya fuerza residió en un ejército, conformado, como todos los de la Península, por musulmanes, cristianos y judíos, a los que se sumaron mercenarios e incluso criminales; su ansia de conquista sólo fue igualada por su gusto por lo estético, su elevada cultura y su culto a la belleza y a la poesía.

Fue Sevilla en esta época la capital de la poesía, el placer y la cultura, que dotaron a la sociedad sevillana de un alto nivel de bienestar. Ésta es, a la larga, la verdadera gloria de la dinastía Abbadí.
LA HISTORIA, LA LEYENDA
La historia de Al-Mutamid, el rey poeta, tiene todos los elementos necesarios para convertir su vida en legendaria: hijo segundo del cruel Al-Mutadid, y nieto del fundador de la dinastía, Al -Mutamid se convierte en heredero del reino, contra todo pronóstico, tras la rebelión y la muerte de su hermano. Se encargó de engrandecer y embellecer su reino hasta que, por protegerlo, lo perdió.

Esta es la historia de un rey de quien los versos de Ibn al-Abbar dijeron como epitafio:

Se ganó el amor y la compasión de las gentes: aún hoy le lloran.

No es fácil contar su historia, pero sin duda son las anécdotas y leyendas que se tejen en torno a su persona, y los encuentros con personajes de la época, los que nos proporcionan una idea más exacta de este rey.

Vive un periodo muy intenso de la historia de España, donde alianzas y combates se sucedían entre reinos musulmanes y cristianos, y donde la preponderancia de éstos se fundamenta muy especialmente en las diferencias irreconciliables existentes entre los musulmanes.

El reinado de Al-Mutamid es un oasis de cultura y de placer que en ocasiones indignó a los ortodoxos, pues este gusto por el placer contravenía los preceptos del Corán.
RUMAYKIYA, EL AMOR
Los signos de esta floreciente cultura se reflejan en la leyenda que narra el encuentro de Al-Mutamid y Rumaykiya.

Paseaba el entonces príncipe Al-Mutamid por la orilla del Guadalquivir con su amigo el poeta Ibn Ammar. Al-Mutamid improvisó:

¡El viento tejiendo lorigas en las aguas!

Debía, según la costumbre, continuar el poema Ibn Ammar, pero a éste no le llegaba la inspiración, y al insistir el príncipe con la rima, escucharon una dulce voz femenina que contestaba:

¡Qué coraza si se helaran!

Sorprendido por el ingenio y belleza de la mujer, le preguntó el príncipe quién era, y si estaba casada. Así fue el primer encuentro con Rumaykiya, esclava del arriero Rum y soltera, que se convirtió en la única esposa de Al-Mutamid, tomando el nombre de Itimad, aunque en Sevilla no la llamarían mas que la Gran Señora.

Itimad fue acusada en ocasiones de causante de la decadencia moral del pueblo de Sevilla, cuya tolerancia ancestral era mal vista por los ortodoxos; pero lo cierto es que por su gran afición a la poesía fue Itimad una gran protectora de las letras, y contribuyó a convertir a la corte sevillana en centro literario del mundo musulmán, donde el papel de la mujer tuvo una repercusión muy distinta de la habitual.
UN BANDIDO, EL FATALISMO FELIZ
El reinado de Al-Mutamid y su persona aportaron mucho a la forja de algunos rasgos de lo que se identifica hoy con lo andaluz: tolerancia, amor por la vida y la belleza, y cierto fatalismo feliz que queda patente en la historia de Halcón Gris, el famoso bandido.

Se cuenta que tras su captura y crucifixión en los alrededores de la ciudad, aún tuvo fuerzas Halcón Gris para engañar a un mercader, indicándole un pozo en el que supuestamente había escondido una gran cantidad de dinero robado, rogándole que lo recogiera y lo entregara a su mujer. Accedió el mercader, y mientras descendía al pozo, la mujer del bandido cortó la cuerda y robó el burro y las mercaderías del infeliz.

Cuando lograron encontrar al mercader, mandó el rey Al-Mutamid llamar a su presencia al ladrón, preguntándole cómo era posible que en su situación hubiera perpetrado un nuevo crimen, a lo que Halcón Gris contestó que si el rey supiera lo delicioso de engañar a la gente, dejaría su trono para dedicarse al bandidaje.

Al-Mutamid no sólo le perdonó la vida, sino que le dio un puesto en su guardia real.
JAQUE AL REY ALFONSO VI
Muy complejas fueron las relaciones con Alfonso VI, el gran rey cristiano, con el que incluso casó a su hija Zaida, que en algunas crónicas aparece como reina, de nombre cristiano Isabel.

Nunca cejó Alfonso en su empeño por reconquistar Sevilla, y nos cuenta una leyenda cómo al sitiar el rey cristiano la ciudad, Al-Mutamid no se enfrenta a él, sino que le envía tan sólo una embajada.

Ibn Ammar es el encargado de tratar con el rey cristiano, al que propone jugarse el reino a una partida de ajedrez. Por cada casilla que gane Ibn Ammar, Alfonso debía entregar un grano de trigo, que se iría incrementando proporcionalmente.

Divertido, aceptó Alfonso y perdió la partida, comprobando con sorpresa que no había trigo en su reino para pagar la apuesta.

Ibn Ammar le propone entonces levantar el sitio a Sevilla, y no muy conforme accede el rey tras conseguir que, a cambio, Al-Mutamid comenzara a pagar las parias, un impuesto que le aseguraría la no agresión y la protección de Alfonso.
UN GUERRERO, EL CID
En una ocasión envió Alfonso VI a un joven caballero, Rodrigo Díaz de Vivar, a cobrar el tributo exigido al reino de Sevilla, enviando asímismo a García Ordóñez al de Granada. Era el reino de Granada de partido berberisco, y el de Sevilla árabe. Para hacer un favor al rey de Granada, García Ordóñez irrumpió en territorio de Sevilla, y Al-Mutamid pidió a don Rodrigo Díaz que defendiera su reino, ya que las parias eran garantía de la ayuda del rey castellano.

Vencidos los granadinos, el pueblo recibió a Rodrigo exclamando: «¡Siddi! ¡Siddi!» (señor), a partir de lo cual fue conocido como Cid.

Cuentan algunos historiadores que fue la liberalidad con que trató a los prisioneros, entregados a Al-Mutamid, y no a su rey, y las sospechas que provocó la cantidad de regalos con que le agasajó el rey sevillano, lo que realmente provocó el distanciamiento entre Alfonso y el Cid, que fue desterrado dos años más tarde, en 1081, con su mesnada, y pese a todo permaneció fiel a su rey.
PRISIÓN Y MUERTE
El acoso de Alfonso VI continúa durante todo el reinado de Al-Mutamid. Aumenta el temor a Marruecos, y las exigencias son cada vez mayores. La caída de Toledo termina llenando de intranquilidad al reino y obliga a Al-Mutamid a pedir ayuda al terrible Yusuf contra Alfonso VI. La leyenda pretende que Al-Mutamid exclamó: «Prefiero ser camellero en África que porquero en Castilla». Vencieron los musulmanes en Zalaca, pero el temible e inculto Yusuf volvió de África más tarde y acabó con los reinos andalusíes uno por uno. Sevilla era tomada en septiembre de 1091.

Al-Mutamid es enviado a Marruecos y encarcelado. Dice Aben Labana que las mujeres se arañaban el rostro en señal de dolor al verlo partir.

En la desgracia, Al-Mutamid fue tan grande como en la prosperidad. Se dice que cuando desembarcó en Tánger, El Josri, un poeta, por hacer mofa de él, le recordó su esplendidez en tiempos pasados con una poesía burlesca. Entonces Al-Mutamid, quitándose con gran trabajo un zapato, pues iba encadenado, tomó su único capital, una moneda de oro, y arrojándosela al rostro le dijo: «Toma, y di que Al-Mutamid no despidió nunca a un poeta sin darle alguna dádiva».

Su mujer Itimad y sus hijas se ganaron la vida hilando y tejiendo, viviendo prácticamente en la miseria, y aunque no lograban ver a Al-Mutamid, se sirvieron de estratagemas para comunicarse con él, como cuando su hija Fátima, haciéndose pasar por cantora, logró hacer saber a su padre que deseaba casarse y necesitaba su consentimiento. Desde la celda, y cantando también, Al-Mutamid le dio su bendición.

Murieron sus hijos, Raxid luchando contra Yusuf, y Abd El Chabar tratando de devolver la independencia a Sevilla. También murió en 1095 Itimad, lo que le llevó a la desesperación y a la muerte en la cárcel de Agmat.
LA CULTURA Y LA POESÍA
Promotor de la cultura, dicen las crónicas que había en la Sevilla de la época Abbadí escuela universitaria y escuelas de juristas, y que el pueblo era bilingüe y se aceptaba tanto el romance como el árabe.

Hubo intensos estudios musicales.

Las manufacturas de algodón, que se exportaban a Oriente, alcanzaron gran fama.

En el arte culinario destacaron las confituras vegetales, como el al-mibar, (el dulce).

Y se reconstruyeron castillos, como el de Alcalá de Guadaira, o el Alcázar de Sevilla; y mezquitas, como la actual iglesia de San Andrés.

La poesía fue una constante en el reinado de Al-Mutamid, el cual escribió sus mejores poesías desde la cárcel.

Esta poesía citada a continuación está dedicada a las cadenas que le mantenían cautivo:

Se enroscan en mi pierna como una víbora;

Me muerden con dentelladas de león.

¡Mira, aunque tus grilletes estuviesen cubiertos de pelo,

mis palmas y mis muñecas arderían!

Yo era aquel que con su riqueza o con su espada

llevaba a los hombres al Paraíso o al Averno.

O aquellas que nos hablan de la añoranza de la patria perdida:

¡Dios decrete en Sevilla la muerte mía,

y allí se abran nuestras tumbas en la Resurrección!

El rey que se jugó su reino a una partida de ajedrez, el que fabricó con costosos perfumes barro para que su amada jugase, el que lloró la muerte de sus hijos, el que recordó con placer:

¡Oh aliento del jardín, cuando

le agita la brisa de la aurora!

Aquel que conquistaba ciudades y les cantaba como si fuesen hermosas mujeres, el que amó como ninguno; el generoso y lúdico Al-Mutamid, leyenda del mundo árabe que fue en España tolerante y culto y que nos dejó la hermosa herencia que forma parte de la idiosincrasia de un pueblo abierto, hospitalario y culto, el pueblo andaluz, se abismó en la muerte. La posteridad ha olvidado la huella de uno de los más dignos próceres de la ciudad de Sevilla, de Andalucía y de la historia de España.


Alicia Rodríguez Berenguer

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