Platón, como pocos pensadores, ha contribuido a moldear la Europa actual, tanto por los afines a sus ideas como por sus detractores.

Recientemente, Lou Marinoff ha sido el artífice de dos libros de divulgación filosófica que, como ocurriera con ”El Mundo de Sofía” de Jostein Gaarder, han sido notables best-sellers y tienen como protagonista del título al insigne filósofo griego: “Más Platón y menos Prozac” y “Pregúntale a Platón”. Se ofrecen como textos de autoayuda y se basan en el pensamiento filosófico como conjunto de herramientas útiles a la problemática del hombre actual.

Lo primero que llama la atención es, precisamente, el éxito editorial que ha constituido el poner sobre la mesa a la filosofía, como caja de remedios contra el malestar personal y colectivo, y el haber utilizado a Platón como introductor, presentador o reclamo del pensamiento filosófico. Lo que nos lleva a una doble pregunta, ¿qué aporta la Filosofía al hombre actual? y más concretamente ¿qué de bueno puede extraerse de Platón ante la compleja y diversa problemática que puede tener ante sí un ciudadano normal?

Con Platón hay un antes y un después en la historia del pensamiento occidental. Whitehead llega a describir la filosofía como una simple “serie de anotaciones de Platón” y los momentos de florecimiento de la cultura Occidental coinciden con el redescubrimiento del pensamiento platónico.

Arístocles de Atenas, apodado Platón (“El de anchas espaldas”) nació en 427 a.C. y murió a la edad de 80 años, en 347 a.C. Era de familia noble. Su padre se proclamaba descendiente del último rey de Atenas, y su madre descendía de Solón. De joven recibió enseñanzas de discípulos de Parménides y de Heráclito y fundamentalmente fue discípulo de Sócrates hasta la muerte de este último, que le lleva a viajar por la Cirenaica, Egipto, Sicilia y el Sur de Italia, completando su formación (se sabe que tomó clases de destacados pitagóricos) e iniciando sus incursiones en la formación de dirigentes políticos, como lo atestigua su relación con Dionisio I de Siracusa, tras la cual, y debido a desavenencias con el tirano, regresa a Atenas y funda la Academia, el centro que puede considerarse como el germen de la universidad de Occidente, y cuyo plan integral de estudios sentó las bases de los sistemas de formación posteriores. Posteriormente sigue intentado poner en práctica su doctrina socio-política en Sicilia, con Dionisio II, pero sólo consigue despertar recelos y dos veces acaba saliendo de la isla, prisionero una y huyendo otra.

Finalmente, acaba sus años en Atenas, al frente de la Academia, que seguiría siendo un centro activísimo de formación y estudio casi novecientos años más. Sin embargo, su legado más importante es su obra escrita, que contrariamente a lo acontecido por la mayoría de pensadores clásicos (de los que apenas se conservan escritos), está conservada íntegramente, y que puede distribuirse en cuatro períodos:
a) Obras socráticas o de juventud (Eutifrón, Apología de Sócrates, Critón, Ión, Cármides, Laques, Lisis, Protágoras); Platón reproduce las ideas de su maestro Sócrates, sin referencia a su teoría de las Ideas;
b) Diálogos de transición (Hipias Menor, Hipias Mayor, Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo). Aparecen los primeros esbozos de la teoría de las Ideas. Análisis del lenguaje y temas órficos;
c) Diálogos de madurez (Banquete, Fedro, Fedón, República). Se consolida la teoría de las Ideas como base del pensamiento platónico, de la ética y de la política. Organización del Estado y teoría del Amor; y
d) Diálogos críticos (Parménides, Teeteto, Sofista, Político, Timeo, Critias, Filebo, Leyes, Epínomis). El aspecto ontológico de la teoría de las Ideas deja paso al aspecto lógico.

El pensamiento platónico es profundo y completo y define perfectamente la realidad del ser humano, y aquí es donde radica la actualidad de Platón, pues aporta una claridad meridiana a la hora de discernir lo más válido de lo menos válido, lo cual es de gran ayuda en momentos de confusión de valores, como acontece en la sociedad actual. Una característica fundamental de Platón, es que sitúa la identidad del ser humano en aquello que lo distingue del resto de la creación: en el alma racional, sometiendo el resto de partes o agregados a los dictados de este principio racional.

El eje central del pensamiento platónico es la teoría de las Ideas, por lo cual la realidad de lo manifestado no se encuentra en el mundo sensible, que es cambiante y temporal, sino en los arquetipos que sirven de modelo a los objetos del mundo sensible. Estos arquetipos o ideas no son objetos creados por la mente sino realidades extramentales, inteligibles, inmateriales, inmutables e independientes, no dependen del mundo sensible para existir. No podemos captarlas por los sentidos sino a través de la inteligencia. Estas Ideas sirven de modelo a los objetos del mundo material, de tal manera que todo lo manifestado lo es porque participa de una o varias Ideas. Así diferenciamos un objeto circular de otro triangular porque cada uno participa de la Idea de Círculo y de Triángulo respectivamente. Y diferenciamos un objeto circular azul de otro circular amarillo porque cada participa de la Idea Azul y de la Idea Amarillo, y así sucesivamente. Sin embargo, no existe un círculo o triángulo perfectos en lo manifestado, ni un azul o un amarillo puros, sino que son cambiantes, imperfectos, impuros. Sólo el arquetipo de cada cosa es perfecto. Así, la evolución de lo manifestado radicaría en el acercamiento a la Idea. El mundo inteligible no es caótico, sino que está organizado en torno a la Idea Suprema del Bien, lo que hace que todas las Ideas sean Ideas.

Por tanto, para Platón, la esencia de las cosas no se encuentra en su interior, sino en el arquetipo o Idea de las mismas, al que están conectadas por su participación en él. Esta diferenciación entre mundo sensible (accesible a través de los sentidos) e inteligible (accesible a través de la razón) es fundamental. Esta primacía de las Ideas sobre los objetos materiales (que son sombra más o menos cercana de aquellas) se denomina idealismo, frente al materialismo, que otorga la realidad a lo manifestado.

Esta diferenciación que Platón establece entre mundo sensible (o manifestación) y mundo inteligible (o realidad metafísica), cuando se aplica al ser humano lleva a un dualismo entre cuerpo y alma, de tal manera que el hombre se conforma como un conglomerado de dos realidades distintas: el cuerpo, perteneciente al mundo sensible y sujeto al paso del tiempo y la degeneración material, y el alma, de naturaleza espiritual y procedente del mundo inteligible. El uno, mortal y la otra, inmortal. La unión entre cuerpo y alma es inestable y accidental, no es el estado natural del alma, que por el contrario, anhela el mundo inteligible del que procede, y al que tiende tras la muerte. El alma es, para Platón, principio de racionalidad, es decir, el principio por el que podemos tener acceso a los universales, los arquetipos, las Ideas. Y puesto que en ella radicaría nuestra identidad como seres humanos, interconecta directamente dicha identidad con el hecho de aprehender las Ideas.

Platón considera la aritmética, la geometría, la astronomía y la música como útiles caminos auxiliares para acceder a la captación de Ideas, pero también señala otros métodos más concretos: el recuerdo o reminiscencia, que se fundamenta en la relación directa entre conocer y recordar, y se trataría de ir trayendo a la memoria las Ideas que el alma ha ido captando antes de quedar prisionera en el mundo sensible. Para ello, la percepción de las cosas sensibles ayudan a recordar. Todo ello supone algo trascendental: la inmortalidad del alma; la dialéctica como vía intelectual de acceso al conocimiento de las Ideas, en un proceso ascendendente; el amor (Eros) como impulso emocional para llegar al conocimiento de las Ideas, puesto que el objeto del Amor es la belleza. A través del amor se puede conseguir un ascenso desde las cosas materiales hasta las ideas de las mismas, puesto que el concepto de belleza no se limita a “lo bonito” o estético sino al resplandor de la Idea en la cosa; la catarsis o purificación que es una vía moral de acceso a las Ideas a través de la liberación de los lazos con el mundo sensible, que estorba al alma. Por medio de esta catarsis, el principio inteligible del hombre, el alma, se predispone a la aprehensión de las Ideas.

El conocimiento para Platón, debe ser certero e infalible, por lo que se fundamenta en el acceso a las Ideas, no en la modificación permanente del mundo sensible. Distingue dos tipos de saber: la opinión (o basado en el mundo sensible) y la ciencia o conocimiento propiamente dicho (basado en el mundo inteligible). En cada uno de ellos, a su vez se distinguen dos niveles. Así, tendríamos en sentido ascendente (acercándose a las Ideas): la conjetura, que trabaja con imágenes o reflejos de mundo sensible. Es el nivel más bajo de conocimiento. Le sigue la creencia, el conocimiento de los objetos materiales. En el ámbito de la ciencia, estaría el conocimiento discursivo, cuando los datos de la realidad sensible se consideran a la luz de la inteligencia, del mundo inteligible. Y por último, el más elevado nivel de conocimiento sería el conocimiento intuitivo, el conocimiento pleno de las Ideas en sí mismas, independientemente de su representación en el mundo manifestado.

Volviendo al asunto del alma, Platón distinguió tres partes en ella, a saber, la parte racional, inmortal, y de naturaleza inteligible, pudiendo conocer intelectivamente las Ideas; la parte irascible, mortal e inseparable del cuerpo y fuente de valor, voluntad y sentimientos nobles; y por último, la parte concupiscible, fuente de las pasiones innobles, el instinto. El equilibrio se alcanzaría cuando cada parte se encontrara desarrollando la virtud que le es propia. La parte racional cumple con su función cuando alcanza la prudencia, el discernimiento entre lo correcto e incorrecto, es decir, el acercamiento a la Idea de Bien. La parte irascible hace lo propio cuando alcanza la fortaleza y ayuda a la parte racional a dominar a la parte concupiscible, y esta última es virtuosa cuando alcanza la templanza y no somete al conjunto a incontrolables apetitos. Cuando cada una de estas tres partes desarrolla la virtud que le es propia y el conjunto se armoniza, se alcanza una cuarta virtud que sería la justicia.

El sentido que Platón le otorga a la ética es el acercamiento de nuestras vidas a la Idea de Bien. Ese acercamiento pasa por el conocimiento del mundo inteligible y por ir haciendo el bien. Esto conlleva que cuando no se hace el bien, se obra desde la ignorancia. Para ir acercándose a la Idea de Bien hace falta que cada parte del ser humano desarrolle la virtud que le es propicia.

Este mismo planteamiento de la ética individual la trasladó a la organización político-social del ser humano, dando lugar a su famosa doctrina política. Platón parte de la base de que para que puedan desarrollarse hombres y mujeres justos (es decir, con una armonización del alma racional, irascible y concupiscible) hace falta una organización social justa, trasladando lo relativo al equilibrio entre las tres partes del alma al equilibrio social que debe darse entre la parte de la sociedad donde recae el gobierno (que debe ser prudente), la parte de la sociedad donde recae el ejercicio de la defensa (que debe ser fuerte) y la parte de la sociedad donde recae el desarrollo económico (que debe ser templada o bien medida). De esta manera se conseguiría una sociedad justa al servicio del desarrollo individual.

Platón elaboró su pensamiento en todos los ámbitos del conocimiento, llevando su doctrina de los Arquetipos o de las Ideas a todas las facetas del hombre. A través del trabajo en la Academia y el impulso que le dio, tuvo una gran influencia en el desarrollo posterior de la civilización Occidental hasta el propio Renacimiento. A riesgo de ser excesivamente simplistas, podría decirse que la influencia de las ideas platónicas, precursoras del idealismo mencionado en párrafos anteriores, han ido alternándose con la concepción aristotélica de la existencia, más vinculada con el conocimiento del mundo sensible, y por tanto, con el predominio del materialismo.

La actualidad de Platón, el por qué es importante considerar su pensamiento en este momento histórico, es precisamente por afirmar el principio de racionalidad que constituye el núcleo de nuestra identidad como seres humanos. Si este principio de racionalidad propugnado por Platón adquiriese la preponderancia que tiene el principio de vitalidad (vinculado en última instancia con la mera existencia biológica) impulsado por Aristóteles, cambiaría radicalmente nuestra postura frente a la Naturaleza y la sociedad. Una sociedad donde predominasen los individuos que actuaran dirigidos por la parte racional de alma (en términos platónicos) tendría una menor presión sobre el medio ambiente y unas relaciones sociales más humanas que en aquella otra sociedad en que predominasen los individuos sometidos a los impulsos de la parte concupiscible del alma, por citar sólo dos ámbitos de influencia.

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